Depresión y ansiedad
Son las dificultades con las que más frecuentemente nos encontramos en la práctica clínica y también, en nuestra vida cotidiana. Las circunstancias con las que día a día nos enfrentamos pueden, de uno u otro modo activar estos procesos (todos sentimos este tipo de sentimientos ‘atenuados’ a lo largo de nuestra vida y solo se definen como tales cuando traspasan determinados umbrales que nos paralizan y condicionan; por ejemplo, todos estamos tristes en algún momento, pero cuando esta tristeza nos impide levantarnos por la mañana, acudir al trabajo o afecta a la relación con los demás, nos encontramos sin estrategias para afrontar lo que antes realizábamos sin dificultad. Hablamos, entonces, de depresión).
A veces la depresión y la ansiedad se unen a un suceso. Pero, ¿qué sucede cuando sentimos ansiedad sin que nada “real” la desencadene? El primer paso va a consistir en comprender el problema porque comprendiéndolo podremos, también, dejar de temerlo
El miedo a tener miedo es, quizá, una de las situaciones que más afectan a las personas con ansiedad, este temor anticipatorio frena a la persona, la ancla a una vivencia que no siempre es fácil de sobrellevar. Pero debemos añadir que, como el dolor, son reacciones necesarias, aunque molestas, en nuestra vida. El problema son los ‘extremos’ y los contextos: no mostrar sentimiento de culpa puede ser un trastorno en sí mismo, pero mostrar una culpa excesiva también lo es; no sentir ninguna ansiedad en ninguna situación vital no nos protege de situaciones que pueden ser peligrosas, pero sentir ansiedad por todo lo que nos rodea se convierte en causa de un sufrimiento pocas veces comprendido por quienes no lo llegan a vivir.
Aunque depresión y ansiedad sean entidades diferentes, deben entenderse como procesos en los que intervienen cambios neuroquímicos y emocionales, cognitivos y conductuales. Podemos pensar que, al tratarse de determinados cambios físicos y químicos, no podemos hacer nada para combatirlos porque están fuera de nuestro control, sin embargo, esto no es así (o no, al menos, necesariamente). Podemos utilizar un ejemplo: si nos dan una muy mala noticia, es normal que nos sintamos tristes, que lloremos, que nuestro corazón palpite con más rapidez o, incluso, que vomitemos o nos desmayemos. Esa noticia (palabras, al fin y al cabo) modifica nuestro mundo físico. De igual modo, cabe entender que cuando logramos modificar muchas de nuestras actitudes y pensamientos, vayamos a cambiar (en esta ocasión, en sentido positivo) nuestro mundo físico porque los pensamientos son, en definitiva, palabras que nos decimos a nosotros mismos como esa noticia que recibimos de otra persona.
Enlaces de interés:
Depresión:
www.nlm.nih.gov
www.who.int
https://www.nimh.nih.gov/health/publications/espanol/depresion-sp/index.shtml
Ansiedad:
https://svca.mx/ansiedad-depresi%C3%B3n
www.nlm.nih.gov